¿Conoces todas las leyendas de Cádiz? Te vamos a contar tres leyendas de Cádiz y queremos que adivines cuáles son realidad y cuáles ficción.
Empezaremos a contar la misteriosa y mágica historia de la “Casa del Pirata”, seguida de la popular leyenda gaditana de «Los doce moros jugando a las cartas» y terminaremos con la siniestra historia de “La Casa de los Espejos”.
Se cuenta que un pirata de Cádiz dejó su ciudad y su mujer echándose al mar en busca de uno de los tesoros más grandes de la época. Al cabo de muchos años lo consiguió pero sufrió un largo y frustrante naufragio en una isla desierta.
El pirata pasó varios años en aquella isla, acordándose todos los días de su tacita de plata y de la belleza de su mujer, lamentándose de su viaje. Le atemorizaba pensar que su esposa le hubiera dado por muerto y, en consecuencia, encontrado a otra persona.

Al cabo de los años, pudo salvarse gracias a un barco mercante que pasó por aquella isla desierta. Volvió a Cádiz y obtuvo la mejor de las sorpresas como respuesta. Su mujer le seguía esperando en el muelle. Cada día, desde siempre. Para el pirata fue tan increíble y tan bonito que quiso recompensar esa fidelidad de alguna manera.
El hombre puso rumbo a la isla en la que naufragó desoyendo las súplicas de su mujer, que le pedía que se quedara con ella porque no quería recompensa ninguna. Discutieron y llegaron a un trato: ese sería su último viaje y traería tanta riqueza que la enterraría en oro.
Al volver, construyó una casa en forma de barco: con un torreón desde el que se podía ver toda la ciudad de Cádiz, grandes ventanales para sentir la brisa del mar e, incluso, mandó fabricar un pequeño timón con el que poder simular sus fantasías y así navegar en su imaginación. Cuando terminaron de construir la casa, la mujer contrajo una grave enfermedad que la consumió en poco tiempo. El pirata sentía tantísimo dolor que la enterró en oro, cumpliendo así su promesa.
La noticia recorrió toda la ciudad hasta llegar a oídos de unos ladrones, que intentaron profanar la tumba de la esposa del pirata y encontraron muerte bajo el acero del filibustero. El hombre viudo fue encarcelado el resto de sus días.
Los doce moros jugando a las cartas
La popular leyenda gaditana de «Los doce moros jugando a las cartas», cuenta que, desde la época de los romanos hasta la actualidad, Cádiz contenía bajo tierra decenas de galerías subterráneas.
Cuenta la leyenda que unos niños se adentraron por una de las cuevas del casco antiguo de Cádiz, conocida como “las cuevas de Mariamoco”. Estos niños se perdieron por los pasadizos subterráneos, y aparecieron 3 días más tarde por un boquete en la playa San María del Mar, dando a entender que los túneles estaban comunicados entre ellos.

La noticia se extendió como la pólvora gracias a los periódicos, que contaron que aquellos niños atemorizados por su aventura vieron una especie de sala y en la penumbra, a “doce moros jugando a las cartas alrededor de una mesa”. Los ciudadanos de Cádiz no se creyeron esta visión de los niños, pensando en que, al verse perdidos, los nervios les habían jugado una mala pasada.
Después de lo sucedido, dieron el paso de cegar casi todas las entradas a esas galerías subterráneas, acordándose de la historia de los niños de “los doce moros jugando a las cartas”.
Al cabo de los años, unos investigadores hicieron realidad esta leyenda, se adentraron en las galerías subterráneas por una entrada situada bajo el barrio del Pópulo y encontraron algo asombroso: una cripta de enterramiento en la que aparecían doce estatuas de mármol alrededor de una mesa, en representación de los doce apósteles.
Aquella leyenda popular pasó a ser auténtica en cuestión de segundos, dado que los niños confundieron “doce moros jugando a las cartas” por “los doce apósteles de Jesús”.
En la Alameda frente al monumento del marqués de Comillas en Cádiz, vivía un capitán de barco con su mujer y su hija. Viajaba continuamente y, puesto que tenía poco tiempo para su familia, cada vez que volvía del mar traía un regalo a su hija: espejos. La niña fue creciendo y, además de convertirse en una bella dama, tenía un comportamiento ejemplar.
El padre solo tenía ojos para ella y seguía regalándole espejos y más espejos, consiguiendo en poco tiempo una gran colección. Eran grandes, pequeños, labrados, lisos, con adornos, simples y de todos y cada uno de los lugares del mundo en los que había estado el capitán.

La madre, que recibía poca atención de su marido, empezó a tener celos, por los caprichos que recibía la bella joven, lo que provocó varias discusiones con su hija días tras día. Hasta que en uno de los viajes que realizó el capitán, la madre entró en cólera y decidió envenenar a su hija para obtener así la atención de su marido.
El capitán regresó de su viaje y se topó con la noticia más dolorosa que un padre puede recibir: su amada hija había muerto, incapaz de superar una grave enfermedad, según su esposa.
El padre no podía creer la muerte de su niña y pasaba los días con la cabeza perdida, hasta que al poco tiempo observó que en los espejos se reflejaba la imagen de su hija fallecida y la escena del envenenamiento. Hizo que su mujer confesara el crimen y la entregó a la policía para que pasara el resto de sus días en la cárcel. Tras esto, el capitán abandonó la casa, para no volver nunca.
Hoy en día es una vivienda de lujo y tiene otros habitantes pero, según varias personas que han estado en su interior, han sentido escalofríos viendo que no se reflejaba su propio rostro en los espejos de la habitación.